Mónica Mendoza Madrigal
La nota era el triunfo de la selección española en la final del Mundial Femenil que les hizo merecedoras de la Copa con aquel golazo de Olga Carmona. Y vaya que eso es -en sí mismo- una hazaña, pues el futbol era un deporte prohibido, obstaculizado, censurado, ridiculizado para las mujeres, que comenzaron a jugarlo en público desde finales del siglo XIX, con una muy lenta incorporación a las canchas de un deporte que ha sido considerado de predominio masculino.
Y entonces se silba el final del partido y explota la celebración con la que se corona a la selección española. Todo es abrazos, júbilo, emoción. Muestras efusivas de algarabía que se congelan cuando entra a la cancha el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol, el antaño futbolista Luis Manuel Rubiales Béjar, quien “celebra” el hito de ellas con dos expresiones en sumo significativas y trascendentes: primero, al momento en que Jorge Vilda –el entonces entrenador de la selección española– le dedica el triunfo, dirigiéndose a él, que estaba en el palco; Rubiales se toca los genitales y le grita “olé tus huevos”. Luego, cuando baja a la cancha, festeja con las jugadoras y cuando está frente a una de ellas –Jenni Hermoso– le planta un beso.
Por la vulgaridad de tocarse los genitales, Rubiales ofreció disculpas a la Reina y a la Corona. Por el beso, jamás se ha disculpado y es claro que no ha entendido porqué eso es una ofensa.
Y luego la cosa empeoró: envalentonado, dijo ante un auditorio de otros machos que le aplaudían que no se iba, que no se disculparía, que “había sido un kiko mutuo”. Mintió. No importa de qué tamaño haya sido el beso, lo importante es que no fue consentido.
¿Qué parte Rubiales y los otros hombres que lo festinaban entonces y que se indignan junto con él ahora no entendieron del #MeToo?
El problema es que al arrebatarle un beso, por un lado, desposeyó a las ganadoras del triunfo por ellas obtenido y tomó posesión del cuerpo de ella, como si le perteneciera. “Eres porque lo permito y te beso porque eres mía” es el mensaje que acompaña esa acción.
La presión española, europea y mundial ha hecho que Rubiales renuncie, pero no que ofrezca disculpas ni que acepte que lo que hizo fue indebido. Una España en donde, por cierto, fue aprobada la polémica ley del “Solo sí es sí” que ha permitido excarcelar a 115 agresores y por medio de la cual se ha rebajado la pena de mil agresores sexuales.
Ahora bien, sin tratar de justificar a Rubiales –nada cercano a ello pretendo-, el problema es que realmente quizá no lo sabe. ¿Cuántos hombres siguen pensando que las mujeres les pertenecen? ¿Qué pueden disponer de sus cuerpos, a su antojo? ¿Qué aunque ellas digan que no, en realidad quieren decir que sí?
El de Rubiales no es un caso aislado y es indispensable tomar medidas de fondo, porque estos casos ocurren en todas partes.
Ajena a los deportes en general y al fútbol en particular, he seguido el caso porque me parece paradigmático y tras escribir sobre de ello en mis redes sociales, feministas peruanas me contactaron para compartir el grave caso de acoso que se ha denunciado ante la Fiscalía por parte de una integrante de la Liga Femenil del Club Atlético Trujillo, que ha recibido el apoyo y respaldo de sus compañeras, quienes exigen a la Federación Peruana de Fútbol que proceda en contra del agresor, esperando que hacer públicos estos hechos no trunque el futuro de estas deportistas.
Los agresores, acosadores y violentadores no deberían ser parte de equipos que promueven la sana integración a través de actividades deportivas en ningún lugar del mundo. El deporte les convierte en héroes y acaba exaltándose a personajes que promueven antivalores que hoy se intenta combatir desde los gobiernos, pero que en estos paraísos de excepción se tolera y hasta se premia.
Salvo en Estados Unidos, que explicitan en sus cláusulas que la comisión de estas conductas causará la recisión del contrato –seguramente por el daño que ello pudiera provocar a la imagen de la marca–, en la mayoría de las ligas deportivas esto no es causal de sanción alguna y entonces sus federaciones y ligas acaban siendo cómplices de agresores impunes.
Es urgente que además del condicionamiento contractual, se trascienda a la corrección política y se aproveche esta coyuntura para ir más allá de la venganza. Es hora de brindar auténtica garantía de no repetición y justicia restaurativa para las víctimas
Hay lamentables casos de deportistas agresores que luego de un tiempo regresan al estrellato de los deportes que practican y ello acaba en una espiral sin fin de impunidad y violencia. Y también hay otros que se mantuvieron encumbrados en el éxito durante años, pese a ser delincuentes sexuales consumados, como el desgarrador caso de la ex tenista francesa que relató cómo su entrenador la violaba tres veces al día cuando ella tenía tan solo 12 años.
Esos casos no son aislados y no puede olvidársenos que un agresor, será agresor siempre.