Por más que el gobernador Cuitláhuac García y la fiscal Verónica Hernández intenten tapar el sol con un dedo, lo que sucede en Veracruz en cuanto a la violencia es verdaderamente dantesco y nos remite a épocas que creíamos superadas.
El hallazgo este domingo de congeladores repletos de pedazos de cadáveres, empaquetados casi como si fuera carne para venta en el supermercado, es una muestra del nivel de descomposición social que se mantiene en Veracruz y, en general, en buena parte del país, y que contrario al discurso oficial no ha decrecido ni con todos los programas sociales y el asistencialismo de los últimos cinco años. Mucho menos, con la fracasada estrategia de los “abrazos”
La respuesta oficial es la misma de siempre. No importa el paso de los años, de los gobiernos y de los partidos en el poder, siempre salen con la cantaleta de que son ajustes de cuentas entre grupos delincuenciales en medio de la disputa por las plazas y las rutas para el tráfico de drogas y personas. Solo les faltó a los actuales decir que no hay de qué preocuparse, porque los criminales se matan entre ellos.
Pero sobra de qué preocuparse. La historia reciente así nos lo enseña. Hace 15 años aproximadamente se dejó abierta la puerta del estado a los grupos delincuenciales que en el siguiente lustro convirtieron a Veracruz en una pesadilla, un infierno en el que era difícil distinguir a los malos de los peores, y que provocó la mayor crisis humanitaria que haya vivido no solamente Veracruz, sino todo el país: la de los miles y miles de muertos y desaparecidos.
Los contextos importan. Esta nueva masacre –que lo es, así concedamos la cifra oficial de “más de 13” víctimas, aunque se asegura que serían más de 30- en Poza Rica, municipio asolado por la violencia desde hace muchos años, se descubre el mismo fin de semana que el presidente Andrés Manuel López Obrador visita el estado, a varios kilómetros de ahí, en Coatzacoalcos, pero en donde igual lo reciben con otros reclamos por la violencia asesina, ésta perpetrada por elementos del Estado, por policías estatales que mataron a mansalva a un joven estudiante. La violencia atrae más violencia.
Tanto así, que un día después, hay más asesinatos. En Yanga, el de un funcionario municipal que hace poco estuvo presente en un mitin de un presidenciable de Morena, a quien hace no mucho le mataron a una operadora en tierra, mientras que uno de sus financiadores tuvo un “extraño” accidente de aviación que también le costó la vida; y en Xalapa, el de un comerciante en su local de reparación de celulares, aparentemente por negarse a pagar “cuota” a los criminales. Nadie, ni políticos ni sociedad civil, están a salvo cuando existen vacíos de autoridad. Y en Veracruz hay boquetes gigantes.
¿De qué le sirve entonces al gobernador que en 24 de más de 200 días que van del año no se hayan registrado homicidios? ¿Cuál es el mérito como para presumirlo en una mesa de seguridad? Pues el mismo que el de quienes le antecedieron: verborrea para simular resultados, para poder decir que se garantizará a la población “la tranquilidad que merece”.
Lo único cierto es que nadie está tranquilo en Veracruz. Bueno, quizás el gobernador sí, ya que dedica tiempo de su alta responsabilidad –y recursos públicos- para payasear en redes.
Casi que estuvo a punto de decir “¡ahí están las masacres!” y reírse. Así como ya sabe usted quién.
Puro rollo
Ante la tempestad desatada por el retiro del financiamiento público a 16 de sus programas de posgrado, la respuesta –tardía y timorata, as usual- del rector de la Universidad Veracruzana, Martín Aguilar Sánchez, fue presentar un “Plan Estratégico para el Fortalecimiento de la Investigación y el Posgrado”, que tiene por objetivo “mejorar las capacidades de la investigación y los posgrados impartidos en esta casa de estudios para incrementar su productividad y su crecimiento adicional”.
Pero de reclamar al Conahcyt que le devuelvan el recurso a la casa de estudios y sobre todo, a los estudiantes discriminados, ni media palabra. Ha de creer que estudiar un posgrado de tiempo completo sale gratis. Y que estos crecen solitos, como hierba de campo.
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