Francisco Morales
Agencia Reforma
Ciudad de México 15 mayo 2024.- En la biblioteca personal del dramaturgo Flavio González Mello, pocos libros tienen tanto valor sentimental como su copia firmada de Las visitaciones del diablo, de Emilio Carballido.
Ahí, entre las primeras páginas de la novela, que el propio autor le regaló, quedó cifrado su destino en una dedicatoria: «Para Flavio, que será escritor».
«Cuando estás empezando un camino, necesitas que alguien te diga: ‘Tú puedes ser esto’, y en mi caso fue Carballido quien, escribiendo esa dedicatoria, realmente me hizo comprometerme, o redoblar mi compromiso», rememora en entrevista.
Décadas después de ese vaticinio acertado, que ocurrió cuando apenas terminaba la secundaria, González Mello (Ciudad de México, 1967) fue elegido como el más reciente miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (AML).
«La junta académica estimó que es poseedor de una brillante trayectoria como dramaturgo, director de teatro, narrador y guionista de cine y televisión», elogió la AML en un comunicado.
Una trayectoria que, podría decirse, comenzó en quinto de primaria, en sus primeros talleres de teatro con el director y dramaturgo Willebaldo López.
«Descubrí el teatro y fue un descubrimiento tan importante que me asusté, de hecho. De pronto, dije: ‘Ya no quiero hacer esto porque es demasiado’. La experiencia de volverte otro en el escenario era fascinante, pero al mismo tiempo me daba una especie de vértigo, de decir: ‘pero, entonces, ¿dónde voy a quedar yo?'», reflexiona.
En la secundaria, González Mello comenzó a escribir sus propios textos, cuando notó que no encontraba obras con la cantidad de personajes para que sus amigos y él las montaran.
Con algunos dramas ya bajo el brazo, reunió el valor para acercarse a Carballido (1925-2008), uno de sus ídolos, y enseñarle su trabajo.
«El primero que le llevé, me hizo una crítica bastante aguda y en profundidad, lo cual también es una muestra de generosidad; en un maestro, eso es lo que debe de suceder, pero al final me dijo: ‘Sígueme trayendo lo que escribes'», atesora.
Continuó con este impulso, y en 1984 recibió una mención honorífica en el Concurso de Teatro Salvador Novo con la obra Cómo escribir una adolescencia.
Creada cuando tenía 17 años, la obra llegó hasta Japón como uno de los montajes de México en el Año Internacional de la Juventud, y ya desde entonces, con la historia de unos adolescentes que conciben un libreto para entrar a un concurso de teatro, se enmarcó en las que sería una de sus inquietudes constantes.
«Su trabajo, representado por prestigiadas compañías mexicanas y extranjeras, y celebrada por la crítica y el público, gira fundamentalmente alrededor de tres ejes: la historia de México, la familia y el quehacer teatral», definió la AML.
«Creo que es una lista de los temas que más me han preocupado, sin duda», concuerda el autor.
«Es curioso, porque desde que empecé a hacer teatro me interesó el teatro en sí mismo como tema, y esta obra, Como escribir una adolescencia, era muy pirandelliana y muy de juego, pero es algo que luego, cada tanto, regreso a ello».
La faceta histórica de su teatro está representada, sobre todo, por 1822, El año que fuimos Imperio, un fenómeno con la crítica y la taquilla que duró más de tres años en cartelera, con casi 500 funciones.
Estrenada en el 2000, la pieza está centrada en el personaje de Fray Servando Teresa de Mier y sus críticas al momento en el que el País experimentaba una transición del Imperio de Agustín de Iturbide hacia la República.
«Cuando empecé a hacer la investigación de esa obra, estábamos transitando hacia el cambio de régimen, ya el PRI había empezado a perder, y ésa era una preocupación que había en el ambiente que a mí me parecía como el espejo de cómo habíamos transitado del régimen virreinal al régimen independiente, y sobre todo a la República Federal; me parecía interesante», expone.
Estrenada cuando Vicente Fox gana la Presidencia, y todavía en cartelera durante los primeros años de su sexenio, la obra ha sido leída como un comentario en espejo donde la historia alumbra el tiempo presente.
«La efervescencia de los primeros dos años de Fox fue convirtiéndose en el desencanto, y lo interesante del asunto es que se iluminaban zonas de la obra que al principio no tenían tanto sentido para el público, y otras dejaban de tenerlo, y creo yo que eso es lo que pasa con el espejo de la historia», abunda.
Otras de sus obras del género son Lascuráin o la brevedad del poder (2005), sobre el Presidente que sucedió a Francisco I. Madero en el cargo sólo por 45 minutos, y Olimpia 68, sobre la coexistencia conflictiva y paradójica de las Olimpiadas de México con la represión estudiantil y la masacre del 2 de octubre.
Además de su trabajo en el teatro, González Mello es también un reconocido cineasta, aunque llegó a esta disciplina buscando aprender más de teatro, para que el director Ludwik Margules y el dramaturgo Juan Tovar le dieran clases en la carrera de guionismo en el Centro de Capacitación Cinematográfica.
Posteriormente, continuó sus estudios en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (hoy Escuela Nacional de Artes Cinematográficas, donde da clases) y logró que su tesis de licenciatura, el mediometraje Domingo siete, obtuviera el Ariel a mejor cinta de su categoría en 1996.
«Pero llegó justo el peor año de la historia de la producción cinematográfica (en México), el 97, que fue cuando menos películas se han producido, que se hicieron 10 largometrajes, entonces realmente estaba cerrada la posibilidad de hacer cine y regresé a hacer teatro».
Sin embargo, sea el medio que sea, González Mello ha hecho del lenguaje y la escritura sus herramientas principales, mismas que lo llevaron a la corporación académica que recientemente lo eligió como miembro.
«Quienes estamos ahí, compartimos de algún modo el oficio cotidiano de la escritura, pero desde ámbitos muy diferentes. Hay gente que escribe ensayo, hay gente que escribe artículos periodísticos, hay gente que escribe sobre ciencia, historiadores, y a mí me toca estar por el lado de la dramaturgia, pero en el fondo lo que es interesante es que son perspectivas muy disímbolas sobre el uso del lenguaje», celebra.
Para su nuevo miembro, la AML es un espacio que, en su configuración, se resiste a cerrarse en una sola perspectiva sobre el lenguaje.
«Este tipo de espacios interdisciplinarios me parecen fundamentales, porque de algún modo siento que en las artes ha habido un proceso como de irse haciendo grupos cada vez más especializados, de ‘aquí están los dramaturgos, aquí los que escriben cine y aquí los que escriben poesía’, y esa no es la vida normal de la cultura; la vida normal es una donde hay mucha más contaminación de un ámbito al otro», analiza.
Lleva a escena a un ‘Hamlet’ robótico
El primer amor literario de González Mello fueron los libros de Ray Bradbury, Isaac Asimov y Stanisław Lem, por lo que parecía sólo cuestión de tiempo para que la ciencia ficción se filtrara en su labor como dramaturgo.
Este 16 y 17 de mayo, como parte de El Aleph, Festival de Arte y Ciencia de la UNAM, el autor abona a la reflexión sobre la Inteligencia Artificial, tema del encuentro, con su obra IA, Inteligencia Actoral.
En ella, un actor humano que va a interpretar el papel protagónico de Hamlet, de William Shakespeare, es sustituido por un robot idéntico a él, con resultados asombrosos.
«Aunque me gustaría decir que eso nunca va a ocurrir, que una computadora nunca va a ser capaz de construir arte o crear arte, después de haber escrito esta obra tengo la sospecha muy profunda de que sí puede suceder», advierte el dramaturgo.
«Por una razón: estamos hablando de una tecnología que aprende, y eso hace toda la diferencia. No depende de cómo la programan, sino aprende».
Escrita y dirigida por él mismo, esta comedia de enredos robótica se fraguó hace unos siete años, cuando el autor comenzó a preguntarse cuánto tiempo faltaría para que una inteligencia artificial lo sustituyera en la escritura de guiones cinematográficos.
«Para un productor va a ser realmente su sueño dorado: tener a alguien que le hace caso de todo lo que él pide, no cobra y además se basa en el gusto estadístico del público», bromea.
A presentarse ambos días en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario de la UNAM, a las 19:00 horas, la obra plantea cómo sería el proceso para que un robot aprendiera a interpretar a Hamlet.
«De pronto, haciendo este juego como una mera especulación, me di cuenta de que tal vez incluso el robot entendería aspectos de Hamlet mucho mejor que nosotros, lo que escribió Shakespeare, por todo el asunto de lo que es no tener identidad, que es uno de los problemas de ese personaje», plantea.
Ante la certidumbre de que la IA es ya una realidad que avanza de forma vertiginosa, para González Mello no queda de otra más que continuar.
«Lo único que nos queda es seguir con nuestra humilde y paciente labor de escribir, o lo que sea que hagamos, pero sabiendo que habrá que abrir espacio».
Con la ceremonia de ingreso a la AML todavía sin fecha, González Mello continúa ejerciendo el oficio que uno de sus grandes maestros, Carballido, presagió para él cuando apenas terminaba la secundaria.