Uriel Flores Aguayo
Hemos recorrido tres etapas, al menos, de sistema político en México. Venimos de la presidencial imperial, la dictadura perfecta y el partido de Estado por unos 80 años, después de la revolución mexicana. En seguida, movilizaciones y represiones de por medio, transitamos a la democracia con equilibrios y contrapesos institucionales, así como alternancias políticas y elecciones más libres, lo cual duró unos 25 años. Por eso somos una democracia débil, los partidos y liderazgos de la transición fallaron en su compromiso democrático y se erigieron como una élite intocable.
Esta última etapa está feneciendo a raíz de las recientes elecciones federales. Surge un partido hegemónico que tendrá la mayoría calificada en el Congreso de la Unión para reformar a su gusto la constitución general de la República. No han ocultado su proyecto regresivo hacia los años 70. Van por la supresión efectiva de los poderes, piensan en un poder judicial de corte partidista, en un órgano electoral subordinado y en la consumación militarista. Es un proyecto autoritario que puede derivar en totalitario dadas las expresiones arcaicas y extravagantes de los principales líderes del nuevo grupo en el poder.
Vivimos una elección de Estado no en una jornada ni numéricamente, eso es el efecto. Todo el aparato estatal encabezado por el presidente, sus gobernadores, senadores, diputados, poderes fácticos, órganos electorales amordazados, sindicatos y grupos delictivos al servicio de una candidata y de su partido. Más o menos les llevó tres años de campaña abierta o simulada posicionar a su presidenciable. No escatimaron en gastos y activismo. En cientos o miles de millones de pesos se puede presupuestar su arrollador resultado. Diseñaron un efecto paralizante en la oposición y en la sociedad civil.
Su método de movilización electoral es conocido, pero lo actualizaron de muchas maneras. Organizaron una masa de votantes a partir de los programas sociales y la presión a los empleados públicos, envueltos con el culto presidencial. Es una masa de millones de personas agradecidas o amenazadas que votan por quien les digan sin saber siquiera los nombres de los candidatos y mucho menos de sus propuestas. Votan en automático; si les propusieran una vaca, también le darían sus votos. Son votos por dinero en la mayoría de los casos. Son de personas humildes a las que se les niega su condición ciudadana y se les trata como clientes.
Es algo triste que tales beneficiados lleven a votar a su familia por candidatos que no conocen, a cambio de una beca o una pensión dan poder sin límites a un grupo que no quiere a la democracia. Esa masa de votos no requiere asistir a mítines ni conocer el real proyecto morenista, que es perpetuarse en el poder; está disponible para aplastar a los opositores. Contra eso es más que difícil enfrentarse. Tenemos el caso de Veracruz, con fuertes candidaturas opositoras que muerden el polvo ante desconocidos morenistas. Ese es el fondo. Construyeron desde el poder una masa de millones de votantes para concentrar y perpetuarse en el poder.
Al partido oficial y a su jefe máximo le vino bien una oposición partidista con bajo perfil y desprestigiada. Esos partidos no hicieron su autocrítica después del 2018, no intentaron su renovación y se volvieron cascarones. Ahí están sus números del 2 de junio; no hay manera de que oculten la crisis que vienen arrastrando y que afectó sensiblemente a su candidata presidencial y al resto de candidatos.
No se prepararon para enfrentar una elección de Estado, se refugiaron en sus posiciones plurinominales y cuidaron sus parcelitas de poder. Con esa oposición partidista el régimen se reía. Hubo una fuerte participación de la sociedad civil a nivel nacional, que no fue tomada en cuenta por los partidos. Ahora tendrá que definir su rumbo político. Una de las grandes tareas democráticas para todos es evitar la desmoralización ciudadana y el retiro de sus líderes.
Como en el pasado va a ser más difícil hacer política democrática, los espacios institucionales y mediáticos se cerrarán. Será la nueva clase política la que ocupará un lugar destacado en la conversación pública, imponiendo su agenda y visión. El panorama para la democracia es oscuro. Prácticamente surge un nuevo sistema político, regresivo y peligroso. Pueden aprobar lo que sea si no tienen un mínimo de responsabilidad. Estamos en sus manos. Los únicos contrapesos fuertes que quedan son los mercados y las instituciones internacionales.
Le llevará un tiempo considerable a la oposición encontrar su espacio y discurso. Pero no hay de otra. No somos el México de los 70 u 80; ahora hay más educación, experiencias democráticas y comunicación. Aún así ellos pueden intentar la aprobación de un régimen autoritario que ponga en riesgo la estabilidad del país. Con AMLO ausente en 4 meses, se abre una oportunidad de oro para la electa de tomar plenamente el mando. Ya veremos. En tanto hay que decir que esa película ya la vimos y que su proyecto está condenado al fracaso.
Recadito: Xalapa nos representa electoralmente.