Yanireth Israde
Agencia Reforma
Ciudad de México 27 septiembre 2023.- El nombre de Susana remite al adulterio, pero también al lirio blanco, a la pureza.
Y Suzanne Avramow, judía sefardí nacida en Turquía protagonista de la más reciente novela de la escritora Guadalupe Loaeza, La amante de Río Nilo, encarna ésa y otras contradicciones, como el derroche y el lujo, por un lado, y, por otro, la precariedad y el encierro que vivió en la cárcel de Lecumberri.
«¿Cuál es mi verdadera identidad? En mí hay muchas Suzys. ¿Cuál de todas soy?», se pregunta el personaje, quien llegara a ser conocida en su época como la «mujer mejor vestida de México», País en el que se instaló en el año 1941 tras un matrimonio arreglado.
«Llegó sin dote, sin dinero y sin ser virgen. Vino a un México donde se manejaba la doble moral y la hipocresía; todos tenían cola que les pisaran, pero bastaba que una mujer buscará el amor para que la juzgaran. Fue víctima de sus circunstancias», resume Loaeza en entrevista sobre su nuevo libro, publicado por Planeta, que lleva como subtítulo «La novela del adulterio más famoso de México».
Nacida en 1918 en Estambul, y residente en una Bulgaria asediada por la guerra, Avramow sostenía, cuando llegó a la estación ferroviaria de Buenavista, proveniente del Puerto de Veracruz, una pequeña valija con escasas prendas de medio uso y la estrella amarilla que portaba en la ropa para identificarse como judía.
Pronto, sin embargo, casada ya con el industrial Paul Antebi, comenzó a gastar una fortuna con el diseñador francés Henri de Châtillon, relata la también periodista en esta obra publicada tras diez años de investigación, que incluyó la búsqueda de la familia Avramow para entrevistarles, aunque declinaron.
«Nada me pueden reclamar», previene, «tengo todos los periódicos de la época; fue un asunto público y una información que ya pasó a la historia. Me tardé mucho documentándome, fui a la hemeroteca muchísimas veces y tengo una colección de revista que se llama Social, de 1936 a 1968», detalla Loaeza.
«Además, tengo todos los documentos -actas de matrimonio, las actas de bautizo, registros en Gobernación-, y leí mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre todo lo relativo a Bulgaria, que era un país neutral.
«Hay cosas de ficción, por supuesto, porque el libro pertenece al extraordinario género literario que es la novela».
Tal neutralidad de Bulgaria no evitaba las restricciones a los judíos -por ejemplo, ingresar a los parques-, quienes debían usar una estrella para identificarse, como en otros países alcanzados por el nazismo.
«De madre costurera, modesta -confeccionaba los uniformes en el colegio donde estudiaba su hija, becada-, Suzy tenía sentimientos encontrados. ‘Soy una sobreviviente’, decía: ‘Pero al costo de dejar (en Bulgaria) a mi madre y mi hermana’.
«Por otra parte, Paul Antebi, su marido, era un árabe judío hábil para hacer dinero y la deslumbró. Ella, que era inteligente, atractiva, leída -su heroína era Madame Bovary, de Flaubert-, que hablaba cuatro idiomas y era también informada, ambiciosa y consumista, se integró a la alta burguesía (de México), pero en el fondo había en ella un sentimiento de arribismo».
Avramow añoraba, además, al novio polaco que la guerra le había arrebatado, y le dolía el padre distante y ausente, aunque también radicaba en México.
«Estaba partida en dos: por un lado, haciendo el teatro de que era una burguesa, internacional, la mejor vestida, le decían, pero por las noches tenía pesadillas, sus heridas no habían cicatrizado. Estaba muy dividida».
El descubrimiento, por parte del marido, del estatus legal en el que estaba casado con Suzy, dio un vuelco a la historia que implicó al francés Robert Gilly, el mejor amigo de Antebi, en un caso de resonancia pública que, señalada por adulterio, la condujo a la prisión de Lecumberri.
«¿Cuál de todas soy? ¿La que miente? ¿La que busca incansablemente la verdad y el amor? ¿La búlgara, la judía, la de Hersch, mi primer novio polaco, la francesa o la mexicana? Con tantas identidades, es como si hubiera nacido varias veces. Suzy Avramow, Suzy Antebi y, ahora, Suzi, la adúltera», se acongoja la protagonista en el libro.
«Se terminó esa época», sentencia a la distancia Loaeza, evocando los años del alemanismo. «Ya es otro México, afortunadamente, porque ahora la mujer vota, porque cuenta su voz, y porque ya no se dice adulterio: es una palabra en desuso».
Un México que añora
Loaeza, quien en La amante de Río Nilo convierte a la efervescente Ciudad de México en los años 50 del siglo 20 en un destacado personaje -con claroscuros-, no sólo es testigo de la época, sino también de lugares entonces emblemáticos para la sociedad burguesa como el Hotel Reforma.
En la novela, la traviesa Lupita -nacida en 1946- sube y baja en el elevador del inmueble, sin atender los ruegos del elevadorista para que se retire a su habitación. Y así sucedió en la vida real.
«Mi Papá (Enrique Loaeza) era diplomático, trabajaba en Montreal, Canadá, y de regreso a México tuvimos un terrible accidente de coche. Como era muy amigo de Miguel Alemán, porque estudiaron juntos la preparatoria en San Ildefonso, mi mamá (Lola Tovar), le dijo (al entonces Presidente): ‘No tengo casa. Acabamos de llegar’.
«Por eso nos fuimos al Hotel Reforma -en realidad Alemán era dueño del hotel-, y yo me la pasaba subiendo y bajando en elevador, mientras mi mamá hablaba por teléfono», relata.
En el libro figuran también personajes del ámbito artístico, como Carlos Fuentes, Frida Kahlo, Dolores del Río, María Félix, Miroslava Stern y José Luis Cuevas, o del criminal, como el multihomicida Goyo Cárdenas o Ramón Mercader, el asesino del revolucionario ruso León Trotsky.
Loaeza añora la amabilidad de aquel México, en cuyas calles la niña que fue se regocijaba, andándolas, sin que la inseguridad lacerara, como ahora.
«Yo vivía en Nazas 24 y mis abuelos en Milán 35, en la Colonia Juárez. Me iba solita a pie, para verlos; tomaba Río Rhin y llegaba a Reforma, a la Zona Rosa -acababa de estrenarse el Hotel Hilton-, y de ahí a la casa de mis abuelos, yo solita, caminando.
«Me acuerdo que, muy pendiente para que no me viera, cortaba una rosa para mi abuela, porque en esa época (el Regente Ernesto P.) Uruchurtu tenía muy bonito el Paseo de la Reforma. Extraño ese México más amable.
«Llovía mucho y había inundaciones, sí, porque el drenaje estaba muy mal, pero era un México mucho más amable».