Uriel Flores Aguayo
AMLO se rindió a su personalidad. Tuvo los votos y la legitimidad para ser un estadista. Fracasó. Pudo ser el presidente de todos, prefirió serlo de sus seguidores y partido. Acentuó su populismo con concentración de poder, culto a la personalidad y delirios de grandeza. Siguió siendo un ave de tempestades. Ganó la presidencia y perdió el alma.
En una línea autoritaria y abusiva desconoció a “los otros”, a los que no se le subordinan. Ha hecho de su tribuna, ocupada horas y horas, una inagotable y absurda perorata. Algo de patológico tiene hablar sin límites de tiempo y cordura. No hubo convocatoria nacional, respeto al diferente y atención al sufrido. Todo es demagogia y escenografía. Es larga la lista de quienes han recibido los insultos y ataques desde el púlpito presidencial de forma bochornosa. En la lista encontramos a ex presidentes, periodistas, intelectuales, feministas, académicos, científicos, madres buscadoras, políticos de oposición, ambientalistas, padres de niños con cáncer, artistas, clases medias, candidata presidencial, ministros, consejeros del INE y ciudadanos en general. Es larga la lista de los merecedores de su odio. Lo chistoso es que se presenta como “humanista”.
Va un apretado recuento de los principales insultos que profiere un día sí y otro también: conservadores, neoliberales, corruptos, corruptazos, hipócritas, racistas, clasistas, aspiracionistas, despostas, rateros, deshonestos, simuladores, ladinos, sabiondos, fantoches, chayoteros, buena ondita, fifis, etc.. Desde luego es impropio de un presidente, pero así es su personalidad; esta se impone sobre la razón y su investidura. En realidad, aplica el manual del discurso populista, esto es: explotar el descontento y el resentimiento social, hacer del lenguaje un instrumento de conexión emocional, comunicar mucho en pocas palabras, hacer demagogia específica en el sentido de discutir identidades en lugar de ideas o asuntos, sentirse superior y hacer sentir que es como el pueblo.
El error de sus críticos y los opositores es querer replicarle de la misma manera. Ofenderlo le es funcional a la narrativa descrita en el manual populista. Si lo insultan cierran el círculo de su discurso: es víctima y se defiende de las “élites y la oligarquía”.
El antídoto contra la demagogia es la decencia.
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