Por Héctor Guerrero
Todos los santos tienen su día, su fiesta, hablar que quien se va, lo hemos hecho durante todo el sexenio y al final la historia lo juzgará y lo pondrá en el sitio que le corresponda, muy, pero muy lejos de los ídolos históricos con los que se compara.
El sexenio de AMLO será recordado como uno de los más sangrientos, endeudados y fallidos de la historia moderna de México. Su retórica populista y la manipulación de causas justas no pudieron y no podrán ocultar su incapacidad para gobernar un país que, al final de su mandato, estará más dividido y vulnerable que nunca.
Es curioso como para hablar de quien llega, tuvimos que hablar de López, pero solo copiamos, por decir de alguna manera la tónica que puso la presidenta de México, al dar su discurso en el congreso de la unión.
La primera mujer en llegar a este importante cargo, la primera presidenta en Norteamérica lo primero que hizo, fue hablar de un hombre para adularlo, enzalsarlo. Eso ya nos dice mucho de quien llega.
A pesar de su posición histórica como la primera mujer en alcanzar la presidencia de México, Sheinbaum ha optado por seguir, sin cuestionar, la misma línea retórica y política que su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, ignorando las realidades complejas y urgentes que enfrenta el país. Su lealtad inquebrantable a AMLO ha quedado clara en cada palabra, haciendo eco de las mismas propuestas y promesas de hace seis años, sin ofrecer innovaciones que respondan a los desafíos actuales.
Media hora del su discurso, le dedicó a un hombre y tan solo habló 8 minutos y al final, de las mujeres. Con el mismo vocabulario y sonzonete de su creador.
Los discursos de Claudia Sheinbaum como presidenta de la República, tanto en el Congreso como en el Zócalo, evidenciaron una contradicción entre sus palabras y la realidad que enfrenta México. Con la frase «Llegamos todas», pretendió representar a todas las mujeres mexicanas. Sin embargo, esta afirmación es, en realidad, una falacia evidente. No llegaron todas, y esa es una verdad innegable que su discurso pasó por alto deliberadamente.
Sheinbaum no se refirió, en ningún momento, a las madres buscadoras, esas mujeres que, con dolor y desesperación, recorren el país buscando a sus hijos e hijas desaparecidas. Tampoco mencionó a las mujeres que abortan, quienes siguen siendo criminalizadas en diversas regiones del país, enfrentando estigmas y obstáculos para ejercer sus derechos reproductivos. Y aún menos habló de las niñas y adolescentes desaparecidas, víctimas de trata, violencia y feminicidio, cuyas familias siguen esperando respuestas que nunca llegan. ¿Cómo puede decir «llegamos todas» si en su discurso se olvidó de las mujeres más vulnerables y marginadas, aquellas para quienes el sistema ha fallado una y otra vez?
La realidad es que no llegaron todas. Llega una mujer blanca, hegemónica, con privilegios de clase, alguien que ha tenido acceso a oportunidades que la mayoría de las mexicanas ni siquiera puede imaginar. Claudia Sheinbaum es una representante de una élite política y social que, aunque se autoproclame parte de un movimiento popular, está lejos de comprender las luchas diarias de las mujeres que sobreviven la violencia estructural, la pobreza y la exclusión. Su llegada a la presidencia, en lugar de ser el triunfo colectivo de las mujeres, es la coronación de una figura que sigue replicando las mismas estructuras de poder que mantienen oprimidas a tantas mexicanas.
El hecho de que Sheinbaum haya centrado sus discursos en la continuidad de las políticas de López Obrador, en lugar de proponer soluciones reales a los problemas que afectan a millones de mujeres, no hace más que reforzar mi argumento.
Mientras ella celebra su ascenso al poder, sigue siendo cómplice de un gobierno que, durante seis años, fue tóxico para las mujeres. Las cifras de feminicidios han aumentado, las mujeres siguen desapareciendo a diario, y las víctimas de violencia no encuentran justicia. Su silencio o su falta de acción frente a estas realidades contrasta con la imagen de «empoderamiento» que intenta proyectar con frases vacías como «llegamos todas».
Ser mujer, en sí mismo, no es sinónimo de ser una defensora de los derechos de las mujeres, ni garantiza una postura independiente, democrática o transparente. Sheinbaum ha respaldado la militarización del país, un proyecto que ha resultado ser profundamente dañino para la seguridad y los derechos humanos, especialmente para las mujeres.
Además, ha sido cómplice y aplaudidora de la desaparición de instituciones y organismos independientes, algo que no es propio de quien se diga demócrata, debilitando las estructuras que podrían garantizar justicia para las mujeres víctimas de violencia.
Sus propuestas están completamente desvinculadas de la realidad que viven las mexicanas. El hecho de que dedique tan poco tiempo a hablar sobre las problemáticas que afectan a las mujeres más vulnerables y en cambio opte por alabar el legado de López Obrador es un indicio claro de su falta de independencia y de su lealtad a un proyecto que, hasta ahora, ha sido un fracaso en temas de género.
La frase «llegamos todas» se estrella cuando se enfrenta a la realidad. No llegaron las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. No llegaron las mujeres que abortan y enfrentan el estigma y la persecución legal. No llegaron las niñas y adolescentes desaparecidas, ni las víctimas de violencia que siguen esperando justicia. Y no llegaron las mujeres que viven en pobreza, marginación y exclusión, porque el gobierno que Sheinbaum representa ha demostrado una y otra vez que sus prioridades están lejos de resolver esos problemas.
En este contexto, ¿cómo pueden las mujeres mexicanas sentirse verdaderamente representadas por una presidenta que no solo imita y repite, sino que es también cómplice de un sistema que ha perpetuado la violencia y la exclusión hacia ellas? Las pocas palabras que dedicó al empoderamiento femenino en su discurso no compensan los seis años en los que ha sido partícipe de un gobierno que no ha dado respuestas reales a los problemas que enfrentan las mujeres mexicanas. La brecha entre sus palabras y sus acciones es alarmante, y pone en duda su capacidad para liderar un cambio real en favor de las mujeres.
El acceso al poder de una mujer blanca y privilegiada no representa a las mexicanas en su diversidad ni en sus luchas. Para las mujeres que verdaderamente sufren las consecuencias de un sistema machista y desigual, la llegada de Sheinbaum no es y no debe ser motivo de celebración.
Ser mujer no basta si no se actúa con autonomía, justicia y responsabilidad. Las mujeres de México no necesitan más discursos vacíos ni más promesas recicladas; necesitan acciones concretas, justicia real y un gobierno que verdaderamente las represente.
Claudia Sheinbaum se proclama como la voz de «todas», pero su mandato y sus discursos reflejan una desconexión profunda con la realidad de millones de mujeres mexicanas. No han llegado todas, y mientras su gobierno siga perpetuando las políticas de exclusión, represión y falta de transparencia, seguirá habiendo millones de mujeres que no se sienten representadas por una presidenta que, aunque mujer, sigue subordinada a la voluntad de un hombre y a una agenda política que ha sido todo menos beneficiosa para ellas.
Las mujeres en México necesitan más que una presidenta que simplemente ocupe el cargo; necesitan una líder que tenga el valor de actuar con autonomía, defender la verdad y transformar de manera real la vida de quienes más lo necesitan.
No es el género, no me malentiendan.
Entonces Claudia, no, no llegaron todas
Tiempo al tiempo.
@hecguerrero