UNO MENOS
MENSAJE (2/2)
Salvador Farfán Infante
Conocí unos hombres y mujeres que suman su fe, su esperanza, su fortaleza y sus experiencias para mantenerse alejados de la copa… Nada me cobraron. Nada me pidieron. Nada me dijeron de MI CASO. No hablaron de ellos., de lo que ellos habían sufrido en su alcoholismo activo: de lo que ellos habían pasado: de las experiencias de ellos… Y de cómo cada quien habla llegado a su fondo… Y tal perece que cada cual tiene su fondo (el de algunos más macabros que el mío; el de otros no tan dolorosos como el fondo el cual yo llegué… pero su fondo).
Al contarme los episodios de sus vidas, veía yo, en las de ellos, episodios de la mía. Porque ellos también supieron del dormir a medias: del vómito amarillo y verde de la bilis; del nerviosismo cruel., del temor; de la ansiedad; de las amnesias… del dolor… de la pérdida de las naturales ambiciones… ¡De la derrota! Por primera vez en mi vida supe que yo no estaba solo. ¡Que éramos muchos los que íbamos en la misma lancha!
Y, aunque escéptico y pesimista en exceso, fui a las primeras reuniones. No me cobraron nada. No tenían cuotas. Ni los que dirigían las reuniones cobraban honorarios: eran simples servidores del grupo, puestos ahí periódicamente por el grupo mismo. No tenían registros de miembros, ni pasaban lista. No exigían cantar himnos, ni arrodillarse, ni firmar juramentos, ni hacer promesas. TODO ERA SUGERIDO.
Aprendí muchas cosas. Dios me ayudó a tener la mente receptiva. Aprendí que el alcoholismo es una Enfermedad, que el alcohólico es un enfermo. Que alcohólico es todo aquel que se crea problemas en cualquier aspecto de su vida cuando entra en contacto con el alcohol. Que la enfermedad del alcoholismo es
psicosomática. Afecta el cuerpo, la mente… y el alma. Aprendí cuál es la diferencia entre el bebedor social y el bebedor problema (o alcohólico). Y como tenía que ser honrado conmigo mismo, para mi propia salvación, reconocí que yo era un bebedor problema (o alcohólico).
Aprendí cuál es la diferencia entre abstinencia y SOBRIEDAD. Yo tuve períodos de abstinencia. Dejar de beber por un tiempo más o menos largo. Traicionando nuestros íntimos deseos de beber. Comprendí lo torturantes que son esos períodos. Es dejar de beber con una botella bailándole a uno un danzón en la cabeza. Supe que, por el contrario, la SOBRIEDAD, en el peculiar idioma de A.A. es ese inefable estado de claridad mental, estabilidad emocional y goce íntimo, en que se está SIN BEBER. ¡Y se es feliz estándolo!
Aprendí que la enfermedad del alcoholismo es progresiva traje a mi memoria recuerdos de mi pasado y me fue fácil comprenderlo. En mi actividad alcohólica hice cosas que, tiempo atrás, yo las juzgaba de inconcebibles. Aprendí que la enfermedad del alcoholismo es insidiosa. Recordé mi vida pasada y lo comprendí en seguida. Cuántas veces me dije: “No voy a beber”, y cuando me vine a dar cuenta tal es la insidia con que trabaja esta enfermedad ya tenía el trago en los labios, contra mis planes trazados, contra mi decisión hecha, contra mis mejores intereses, contra mi fuerza de voluntad.
Aprendí que la enfermedad del alcoholismo es incurable. Nunca un alcohólico como yo podrá volver a ser un bebedor social. Pero aprendí también que la enfermedad se puede mantener arrestada, y ser uno normalmente feliz, mientras se mantenga uno alejado de la primera copa. Porque ratifiqué ahí lo que ya yo sospechaba: Una es demasiado… ¡Y MIL NO BASTAN!
Fuente: Hojas Sueltas A.A.