Pedro Peñaloza
“La muerte tiene permiso”.
Edmundo Valadés
Mucha difusión ha tenido la entrevista que hizo Saskia Niño de Rivera a Héctor Martínez Jiménez, alias “El Bart”, sicario contratado para asesinar a Ciro Gómez Leyva, la cual refleja diversos aspectos del camino de un joven para llegar a ser un asesino a sueldo.
Las reacciones van desde lo moral, cultural, relacionado con la situación educativa y contextos violentos en su niñez, familia y amistades, pobreza, ausencia de instituciones gubernamentales, impunidad, estereotipos. Por supuesto, todas pueden ser posibles, sin embargo, el comportamiento delictivo debe explicarse desde una mirada multifocal y caleidoscópica.
Expliquemos: la situación que vive un segmento de jóvenes, específicamente al que pertenece “El Bart”, caracterizado por las violencias, la exclusión social y la carencia de oportunidades educativas y laborales tienen distintas trayectorias, no necesariamente criminales.
Por ello, es necesario descartar explicaciones deterministas que asocia unívocamente pobreza con delincuencia, las cuales sólo sirven para criminalizar a los jóvenes del precariato y con ello evitan ahondar en otros territorios de la vida cotidiana y cultural de quienes viven y sobreviven en esas circunstancias.
“El Bart” da respuestas contundentes: su papel es atender pacientes (como llama a sus víctimas) para tener dinero. Expresa su molestia por no haber sabido que el auto de Gómez Leyva estaba blindado, obstáculo para no ver al “paciente” en su camioneta con una “sábana blanca”. Eso es lo único importante. Su misión no se cumplió. Eso lo frustró en su eficiencia.
El trabajo de “El Bart” es como cualquier otro y no requiere justificaciones, ni amerita disculpas a sus víctimas. Es la frialdad de quien no tiene compasión por el sufrimiento que puede provocar a los “pacientes” y su familia. Su Dios es el dinero. Sí, como lo educó el capitalismo, con su símbolos y recompensas efímeras, pero concretas. Nada de remordimientos “humanistas”.
“El Bart” pertenece a ese numeroso ejército juvenil de reserva que poco importa al sistema de dominación, son desechables. Hoy en México existen alrededor de 38 millones de jóvenes de 12 a 29 años que representan un apetitoso bono demográfico, pero las posibilidades de que la mayoría de ellos pueda contar con empleos estables y bien pagados, garantías sociales de salud, educación, vivienda y cultura son mínimas.
El futuro de ese bono juvenil puede transformarse en un pagaré traumático que en los tiempos del obradorismo y su sucesora pretende ser aminorado con pequeñas aspirinas sociales. Una política con evidentes propósitos electorales, que no ataca problemas sistémicos y estructurales inherentes a la histórica desigualdad social y pauperización. De continuar igual, el modelo continuará fabricando muchos más “Barts”.
X: @pedro_penaloz