“Para que no se pueda abusar del poder
es preciso que el poder detenga al poder”.
Montesquieu
Al final de su mandato el presidente López Obrador exhibe la prematura enfermedad de la “añoranza de poder”. En ocho meses se va. Dicho mal lo ha trastornado viendo a un país en paz, sin corrupción, con gobernabilidad, con plenos derechos, sin violencias, pujante, sin pobreza o falta de servicios de salud y unas elecciones próximas en libertad. Meros delirios.
La jubilación en su rancho es aparente. Ya impuso la agenda a su candidata con las reformas enviadas al Congreso, colocó a la mayoría de sus incondicionales como próximos legisladores, cuidando que el próximo gobierno no se salga del script obradorista, y, además, deja al ejército empoderado y en los circuitos del poder del Estado, con un presupuesto altísimo y único en la historia.
Quedó claro, que, el tabasqueño prometió mucho como candidato y todo fue un libreto demagógico. Hoy se justifica responsabilizando al pasado, echando culpas a los medios de comunicación por no informar lo que él quiere. Sus reflejos democráticos se perdieron una vez en el poder, cayó la máscara del respeto al poder judicial y la no intervención en las elecciones.
AMLO se ha convertido en el símbolo de pureza, él sintetiza la verdad, la razón y, por supuesto, él representa al “pueblo” y sabe lo que quiere. Si alguien intenta “manchar” su vestidura imperial lo humilla, el periodismo crítico es faccioso y defiende a los poderosos, los jueces deben ser elegidos por el “pueblo bueno”, los organismos autónomos que se oponen a su voluntad deben desaparecer, los ambientalistas que se impugnan sus obras trabajan para intereses ocultos, las feministas son impulsadas por la derecha. Su inestabilidad emocional lo lleva a poner en peligro a una reportera del New York Times en la “Mañanera”, advirtiendo, desencajado, que “lo volvería hacer”.
La “idealización” que ha hecho AMLO y sus epígonos de su gobierno es ya fanatismo. Hablan de “intervencionismo extranjero”, “golpes de Estado” e “intentos de desestabilización”. ¿De quién? Si en la Casa Blanca los ven como sus empleados. Toda la parafernalia y desplantes del inquilino de Palacio son una gran cortina de humo para tratar de ocultar el desastre e imponer a Claudia Sheinbaum en la presidencia.
Eso de que “ninguna ley está por encima de la autoridad moral y política del presidente”, es la síntesis pedagógica de lo que se viene en los próximos meses. El objetivo es enquistarse en el poder e imponer su “verdad” a como dé lugar. Para eso son los recursos públicos ¿Está claro?
@pedro_penaloza