Jorge Ricardo
Agencia Reforma
Cancún, QR 17 diciembre 2023.- Una pareja de novios con playera y gorra del Tren Maya dormía en sus asientos color turquesa durante el primer viaje abierto al público. Habían salido de Cancún a Campeche a las siete de la mañana, pero cuatro horas después se arrepintieron, se bajaron y se mudaron al tren de regreso que tenía una hora parado en Mérida, en espera de que pasara el otro. Adentro, decenas de pasajeros, acalorados, aburridos y desesperados, también estaba dormidos, miraban impasibles el monótono horizonte o estiraban las piernas en los pasillos, mientras la máquina avanzaba con su lentísimo rumor de roce de rieles.
A pesar de la polémica de su construcción sin los permisos ambientales, del escándalo de su costo, más de 500 mil millones cuando iba a costar menos de 200 mil, y de las porras y gritos con que fue abordado, el primer recorrido público del Tren Maya, de Campeche a Cancún, fue absolutamente aburrido, con una velocidad promedio de 89 kilómetros por hora que bajaba hasta los 29, más lento que los autobuses que rebasaban por la autopista.
«¡Aquí nos vamos a quedar hasta Navidad!», exclamó la promotora de una agenda turística que se había quejado por los asientos no reclinables.
Ahora pasaba del mediodía. Iban cinco horas de viaje desde las 07:13 de la mañana. Una larga y apretada fila había agotado los combos de baguettes de 305 pesos, el café con leche de 120, las cervezas de 48, los mazapanes de 35 o el agua de 33. La puerta del baño para personas con discapacidad se había descompuesto y en los otros baños se escurría el agua de los lavabos. Más de uno comenzó a pensar en lo que nadie, ni el Presidente Andrés Manuel López Obrador, único autor de la idea de la obra, habrá pensado: el viaje por el verde horizontal de la selva cortada en dos es un túnel de horas monótono y aburrido.
«No hay nada que ver, nada que ver, puro verde, verde, verde, por eso ya no quisimos ir hasta allá porque serían ocho horas de ida y ocho de regreso, y regreso en camión, mejor nos regresamos», dijo el novio que llevaba una playera blanca del Tren Maya que le habían regalado en Cancún. Su novia seguía durmiendo con la frente y los brazos en la mesa reclinable.
Por las ventanillas se veían además montones de tierra, obras inconclusas, pasos bajo las vías sin terminar, torres para la energía eléctrica sin ningún cable, la selva devastada. De las 14 estaciones que recorrió el tren, sólo tres tenían señalizaciones, el único rastro eran los adioses que lanzaban los obreros con chalecos anaranjados y los automovilistas que bajaban la velocidad para despedir a los pasajeros.
«Se ven más felices los de afuera que los de adentro», resumió un acalorado hombre de barba y gorra en el último vagón, con 68 asientos, pero la mitad desocupados a pesar de que vendieron todos los boletos.
La mañana estaba más cerca de lo que parecía. A la estación de San Francisco, en Campeche, donde el Presidente había inaugurado un día antes el primer tramo, 632 kilómetros del total de mil 554 prometidos, los pasajeros llegaron desde antes de las seis de la mañana, aunque la terminal seguía cerrada. En el estacionamiento sin luz, un empleado informó que el viaje sería directo, sin detenerse en las 12 estaciones intermedias porque no estaban terminadas, y calculó un tiempo de recorrido de 5 horas con 40 minutos. Agregó que ya estaban agotados los boletos hasta el lunes para los cuatro viajes iniciales, Cancún-Campeche Campeche-Cancún a las 07:00 y 11:00 horas.
Adentro, en la estación no había ningún local comercial, tampoco computadoras en las taquillas, había sillas de plástico en las salas de espera, anuncios amarrados con lazos y charcos de agua en los andenes. Los trabajadores contaron que por la noche habían surtido el agua con pipas.
Pero entonces todo era emoción, alegría, la esperanza de los simpatizantes de López Obrador que consideran brillante cualquier idea suya. «Imagínese, estar en el sueño de un gran hombre, de un hombre histórico, en una de sus obras emblemáticas», dijo Margarita Victoria Sánchez , de 62 años, quien logró comprar boletos en primera clase, de mil 863 pesos (mil 161 los turista), para festejar los 87 años de su madre.
«Vinimos a hacer historia», gritó en la puerta del vagón Amancio Vilchis, «El Indio», un tijuanense con sombrero de palma y traje indígena que cargaba dos banderas de México y arrastraba una maleta. Cuando arrancó el tren de cuatro vagones, 221 asientos, pero no todos ocupados, sonaron los gritos: «¡Es un honor estar con obrador!».
Tres horas después, se había acabado la emoción y las porras; el verde monótono seguía corriendo afuera. Un joven chino que vive en la Ciudad de México abortó el viaje en la primera pausa, en Teya, en Mérida, Yucatán. «Bien, muy bueno, muy bonita experiencia, pero muy lento», dijo sin soltar su maleta negra.
La pausa en Mérida sería de dos minutos, luego de 20 y finalmente fue de una una hora y 20 con el aire acondicionado a su menor capacidad que humedecía la frente. López Obrador inauguró la ruta con una sola vía, por lo que había que esperar el tren que salió desde Cancún. Había retraso, pero todavía ánimo y el director de la empresa Tren Maya S.A. de C.V., el militar Óscar Lozano Águila, se acercó a saludar y a tomarse fotografías.
El general explicó que en Campeche el tren salió con retraso por esperar a los pasajeros; por la falta de transporte no llegaron todos los 221 esperados. Dijo que por ahora tendrán cuatro viajes en total, que en enero recibirán otros dos trenes, y meterán horarios de 07:00, 09:00 y 11:00. Los recorridos nocturnos serán para trenes de carga, aunque analizan si podrían meter los viajes largos cuando por fin estén los mil 554 kilómetros de toda la ruta.
Amable y sonriente el militar, hasta que le preguntaron por las obras inconclusas a la vista. Anotó que eso lo tendrá que acabar cada constructora, luego atajó con que en cualquier obra los trabajos son eternos. «¿Has visto algún lugar donde no haya trabajos? Es que tu pregunta no la entiendo», fueron sus palabras. Y finalmente atacó: «Yo creo que tus preguntas no están bien direccionadas».
La segunda pausa, en Valladolid, también duró 40 minutos y todavía hubo una más en la última estación, en Leona Vicario, también por el cambio manual de la vía.
«¿Yo siento un bochorno, no lo sientes?», preguntó antes de las cinco de la tarde un hombre de camisa a rayas ya desesperado. Habían pasado ocho horas adentro del Tren Maya. No había agua, café, comida, mazapanes, el snack estaba cerrado. El fastidio había acabado con el sueño.
Un youtuber fanático de López Obrador organizó las porras para el Presidente, y así entró el tren a Cancún, 9 horas y 28 minutos después, cerca de las 17:30 horas, con gritos de «¡Es un honor estar con Obrador!». El tren de las 11:00 a Campeche se había ido pasadas las 16:00 horas. Oscurecía.
La estación sigue inconclusa, faltan columnas, trabes, techados, escaleras, taxis, brota el agua en el espacio donde deberán colocar durmientes y vías, pero de nuevo a nadie parecía importarle. Cerraban los ojos ante la evidencia. «Muy bien, muy bien», «excelente, excelente, ni me di cuenta de cuanto nos tardamos», decían algunos mientras buscaban cómo dejar la estación a toda prisa.