ASOMAN EN BELLAS ARTES ‘LOS IMPRESIONISTAS’

Erika P. Bucio

Agencia Reforma

Ciudad de México 25 marzo 2025.- Cuando se piensa en el impresionismo, es fácil imaginar los nenúfares de Claude Monet o las bailarinas de Edgar Degas. Sin embargo, reducir este movimiento a una estética dulce y sencilla es un error.

 Detrás de esas pinceladas sueltas y colores vibrantes, hubo un grupo de artistas rebeldes que, desafiando las normas establecidas, revolucionaron para siempre el arte moderno.

 En 1874, este colectivo, que se hacía llamar «Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores, Etc.», organizó su primera exposición independiente, desmarcándose del rígido sistema de la Academia de Bellas Artes y el Salón Oficial, que hasta entonces dominaban la escena artística en París.

 Durante 12 años, montaron ocho exhibiciones que desafiaron los cánones académicos y sentaron las bases para los movimientos de vanguardia del siglo 20.

 El jurado del Salón de París era sumamente conservador. Si una obra no cumplía con sus estándares e ideales, era rechazada. Para los artistas jóvenes o con recursos limitados, esto significaba la imposibilidad de exhibir su trabajo, atraer coleccionistas y, en última instancia, vivir de su arte.

 Los impresionistas rompieron con la tradición pictórica al rechazar las técnicas renacentistas de perspectiva y volumen, optando en su lugar por pinceladas espontáneas que capturaban la fugacidad de la luz y el movimiento.

 Eliminaron el negro de sus paletas, al argumentar que en la naturaleza este color solo se encontraba en un pedazo de carbón. En lugar de recluirse en sus estudios, pintaban al aire libre, capturando la vida con una inmediatez nunca antes vista.

«Lo radical es que estos artistas no sólo esbozaban sus impresiones rápidas, sino que las firmaban y las exhibían como obras terminadas», observa Nicole Myers, curadora de la exposición La revolución impresionista: De Monet a Matisse, que llega al Museo del Palacio de Bellas Artes, proveniente del Museo de Arte de Dallas.

El impacto fue inmediato y polémico. La crítica rechazó su trabajo por considerarlo inacabado, y el término «impresionista» nació como un insulto de la pluma de un crítico. Pero los artistas, terminarían por adoptarlo a partir de su tercera exposición en 1879.

 Los temas también desafiaban las convenciones: en lugar de escenas mitológicas o retratos de la aristocracia, los impresionistas retrataban puentes de hierro, trenes humeantes, cafés bulliciosos y escenas íntimas de la vida doméstica. Elevaron lo cotidiano a la categoría de arte, capturando la esencia de la modernidad.

 Dentro del colectivo, la única mujer fue Berthe Morisot, invitada por Monet y Degas en 1874. A diferencia de sus colegas varones, Morisot provenía de una familia acomodada, lo que le permitió tomar riesgos sin la presión económica de vender su obra.

 Considerada la artista más radical del grupo, los críticos la reconocieron desde el principio como una de las más talentosas. En su óleo El puerto de Niza (1881-82), Morisot pintó desde un bote alquilado para evitar las miradas y burlas de los curiosos, poco acostumbrados a ver a una mujer artista en acción.

 El Museo de Arte de Dallas le dedicó una gran retrospectiva itinerante en 2018-19 que culminó en el Museo Orsay de París. Su presencia en La revolución impresionista de Monet a Matisse es una rara oportunidad de ver su obra en México.

 En el Palacio de Bellas Artes se exponen 45 obras de la muestra inaugurada en el Museo de Arte de Dallas en 2024, todas pertenecientes a su colección.

 Por su fragilidad, un lote de pasteles de Degas quedó fuera de la exposición itinerante, cuya primera parada internacional es la Ciudad de México, aunque es posible apreciarlas en el sitio web del museo.

 Pero Myers es enfática al asegurar que en la exposición hay ejemplos de todos los miembros fundadores del grupo.

 De las obras poco vistas en México presentes en la exposición, la curadora citó dos tempranos Monet, El Pont Neuf (1871), una escena urbana con un estilo suelto, como de boceto, que era toda una novedad en la Francia de la época.

 Aunque es más reconocido por sus paisajes, Monet también fue un excelente pintor de naturalezas muertas, sobre todo en los primeros años de su trayectoria artística, como se puede apreciar en Naturaleza muerta, servicio de té (1872).

 «Es una oportunidad de ver en esta exposición el desarrollo de Monet en la década de 1870 hasta donde llegará en 1908», agregó Myers.

 Si en sus primeras obras sobre nenúfares Monet hacía una representación más convencional del espacio con detalles como una línea de horizonte o una orilla con pasto, con los años, hizo a un lado la tierra firme para pintar escenas acuáticas inmersivas como en su óleo Nenúfares (1908).

 «Él juega con los reflejos en el agua. Cuando fue a subasta en 1970, la gente pensó que estaba colgada de cabeza porque la impresión de las nubes era tan buena», narró Myers.

 Otra de las obras poco vistas es Rosas amarillas en un jarrón (1882), de Gustave Caillebotte, quien al igual que Morisot provenía de una familia acaudalada y no tenía que preocuparse por vender su trabajo para vivir. Estuvo activo solo 15 años hasta su trágica y temprana muerte.

 Las exposiciones impresionistas fueron, en su momento, un fracaso comercial y de crítica. Solo unos pocos coleccionistas visionarios adquirieron sus obras, y la mayoría de los artistas no vivió para ver el reconocimiento de su legado. Monet, por ejemplo, comenzó a cosechar éxito alrededor de 1900, pero para entonces muchos de sus compañeros ya habían muerto.

 A pesar del rechazo inicial, el impresionismo no terminó con su última exposición. Sus ideas innovadoras se convirtieron en la semilla de los grandes movimientos artísticos del siglo 20.

 «El cubismo, el fauvismo, el expresionismo y la abstracción tienen sus raíces en la osadía de aquellos primeros impresionistas», concluye Myers.

 Una historia pocas veces contada y a menudo olvidada. La exposición La revolución impresionista de Monet a Matisse permanecerá hasta julio en el Palacio de Bellas Artes.