Martín Quitano Martínez
“Hay utopías y hay caminos;
lo que está en crisis más que nada son los caminos. Las señales que nos dieron las estrellas siguen estando, pero al parecer nosotros hemos errado bastante los caminos, nos equivocamos en la interpretación de esas señales”.
José Mujica
La polarización social construida y reforzada día con día, le permite a este gobierno estructurar una visión reduccionista de la realidad política en la que se simplifica –no con buenas intenciones-, la identificación de las opciones.
De esa forma, la disyuntiva que proponen es, la mal llamada “transformación” o el regreso de “los conservadores”, lo que debe entenderse como los buenos, nosotros y los malos, ellos. Es esa la retórica irreal y permanente, que sigue vendiendo, que sigue vigente para un importante sector de la población, que de tanto repetirse y repetirse se toma como verdad que los males como la corrupción, las arbitrariedades, la impunidad, la violencia, solo son atribuibles a los que no somos “nosotros”, porque “nosotros” somos buenos, puros, blancos y poseemos la representación personalísima del pueblo.
En ninguna circunstancia puede asumirse como un hecho que lo anterior sea cierto, porque no pueden creerse que la distribución de recursos vía los programas asistenciales, o las “grandes” obras sean la panacea de la vida digna de millones que son vistos como base clientelar y electoral. Es bien cierto que los abrazos no balazos han demostrado en la realidad su inoperancia. Queda claro que el ejército y su operación como policía, constructor y socio comercial no ha rendido los frutos que la voz presidencial proclama y que ello conlleva los riesgos y dolencias mayores que se viven en el día a día. Esas son solo algunas de las muchas fuentes secas de las que abreva el discurso oficial.
Los debates que ahora se lanzan desde la palestra mañanera, se proponen llevarnos a olvidar los problemas profundos que tenemos y que son minimizados, acallados, desdeñados, porque no forman parte de su “verdad oficial” de “sus datos”. Hace apenas unos años, siendo oposición, esos problemas que hoy no quieren atender, les dieron pauta para un reclamo social que les proveyó un respaldo electoral que los llevó al poder.
La escandalosa banalización de las palabras presidenciales va de la mano de la fragilización institucional. La evidente falta de respeto a la inteligencia mínima de la sociedad es tan desproporcionada como el abandono de las responsabilidades públicas que se enmascaran en la propaganda hueca pero aun suficiente para mantener adhesiones y con ello hacerlos sentir heroicos en esa mascarada de las acciones inéditas, mismas que se desmoronan ante la primera vista critica que los muestra tan iguales o peores de los que señalaban apenas hace poco.
La revolución de las conciencias que se pregona, como soporte electoral y de búsqueda de votos, que no resiste prueba alguna en ellos mismos, ya que en el ejercicio del poder han desnudado sus verdaderas aspiraciones, su oscuridad, sus concepciones más autoritarias, su incompetencia y puntualmente sus enraizados complejos antidemocráticos. Se muestran llenos de soberbia, encausando sus actos en la degradación de las acciones para mantener un poder por sobre cualquier compromiso ético, ya que ese poder, desde su perspectiva, no admite discusión. Al diablo con la pluralidad, con el respeto a la diferencia, con las opiniones distintas, la exigencia, ha sido y quieren que continúe, el acatamiento ciego, acrítico, ignorante de cualquier otra idea, la fidelidad que se reclama con amenazas que para eso es el poder. Ellos son por ministerio de la historia la verdad redimida.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
9 años después, Ayotzinapa, “Una narrativa que se acerca más a la “verdad histórica”: Vidulfo Rosales.
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