En la homilía de la Misa por la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, celebrada en la Basílica Vaticana, Francisco exhortó a cultivar las relaciones con los ancianos para que haya un intercambio fecundo entre las generaciones. La política, llamada a proveer a las necesidades de los más frágiles, no se olvide precisamente de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a “descartes improductivos”. No podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades
Vatican News
Los abuelos y los ancianos son “raíces que los más jóvenes necesitan para llegar a ser adultos”: son palabras del Papa en la Misa por la III Jornada Mundial de los abuelos y de los Mayores celebrada en la Basílica de San Pedro.
Ante a unos 6 mil fieles presentes, entre los cuales numerosos ancianos y abuelos son sus nietos y familiares, Francisco dedica su homilía a la relación entre los jóvenes y los ancianos, que hay que cultivar y hacer crecer. Mirando al mundo actual, exhorta a cuidar a las personas mayores y a no olvidarlas.
Estemos atentos, para que nuestras aglomeradas ciudades no se conviertan en “concentrados de soledad”; para que la política, que está llamada a proveer a las necesidades de los más frágiles, no se olvide precisamente de los ancianos, dejando que el mercado los relegue a “descartes improductivos”. No vaya a suceder que, a fuerza de seguir a toda velocidad los mitos de la eficiencia y del rendimiento, seamos incapaces de frenar para acompañar a los que les cuesta seguir el ritmo. Por favor, mezclémonos, crezcamos juntos.
Luces y sombras
El Pontífice centra su reflexión en tres parábolas que Jesús usa para hablarnos del Reino de Dios en el Evangelio del día, que tienen un aspecto en común: el crecer juntos. “Cuenta historias sencillas, que llegan al corazón de quien lo escucha”. Se trata de un lenguaje, lleno de imágenes, explica, que “se asemeja al que muchas veces usan los abuelos con los nietos” y que “comunican una sabiduría importante para la vida”.
En la primera parábola, son el trigo y la cizaña los que crecen juntos, en el mismo campo. “Es una imagen que nos ayuda a hacer una lectura realista”, precisa, ya que “en la historia humana, como en la vida de cada uno, coexisten las luces y las sombras, el amor y el egoísmo. Es más, el bien y el mal están entrelazados hasta el punto de parecer inseparables”. Y añade que “este planteamiento objetivo nos ayuda a mirar la historia sin ideologías, sin optimismos estériles o pesimismos nocivos”.
El riesgo de ser intransigentes
El cristiano, “no es un pesimista, ni tampoco un ingenuo que vive en el mundo de las fábulas, que actúa como si no viese el mal y dice que ‘todo va bien’, subraya el Obispo de Roma. “El cristiano es realista, indica el Papa, sabe que en el mundo hay trigo y cizaña, y se mira dentro, reconociendo que el mal no llega sólo ‘desde fuera’, que no es siempre culpa de los demás, que no es necesario ‘inventar’ enemigos que combatir para evitar arrojar un poco de luz en su interior”. “Pero la parábola nos interpela: cuando vemos que en el mundo el trigo y la cizaña están juntos, ¿qué debemos hacer?”, pregunta el Pontífice.
En la narración los siervos querían arrancar la cizaña (cf. v. 28). Es una actitud animada por una buena intención, pero impulsiva y agresiva. Piensan que podrán arrancar el mal con sus propias fuerzas, para salvar la pureza. Es una tentación frecuente: una “sociedad pura”, una “Iglesia pura” pero, para alcanzar esa pureza, se corre el riesgo de ser impacientes, intransigentes, incluso violentos hacia quien cayó en el error. Y así, junto a la cizaña, se arranca también el trigo bueno y se impide a las personas hacer un camino, crecer, cambiar.
Paciencia con los demás y mansedumbre para cuidar el buen grano
El Santo Padre invita a continuación a escuchar en cambio “lo que dice Jesús:
«Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha». “Qué hermosa esta mirada de Dios, su pedagogía misericordiosa”, observa el Santo Padre. “Nos invita a tener paciencia con los demás, a acoger —en la familia, en la Iglesia y en la sociedad—la fragilidad, los retrasos y los límites. No para acostumbrarnos a ellos con resignación o para justificarlos, sino para aprender a intervenir con respeto, sacando adelante el cultivo del buen grano, con mansedumbre y paciencia”.
Recordando siempre que la purificación del corazón y la victoria definitiva sobre el mal son, esencialmente, obra de Dios. Y nosotros, venciendo la tentación de dividir el trigo y la cizaña, estamos llamados a entender cuáles son los modos y los momentos mejores para actuar.