Héctor Larios Proa
Llegó el frío, el ocaso del año anuncia que vendrá fuerte. Así que, a cuidarse de las enfermedades respiratorias y las secuelas del Covid-19. Virus que puso de cabeza al mundo, evidenció nuestra fragilidad como seres humanos, y en México confirmó las enormes fallas del sistema de salud, a pesar del discurso oficial.
Empezando por las citas para consulta, las largas esperas para que no haya medicinas, sí requieres cirugía la odisea es digna de una trágico-comedia, entre citas y exámenes los malestares avanzan, la tensión aumenta.
La mente vuela, pensamientos negativos generan desconfianza, escondo el miedo a la soledad.
El tiempo pasa, otra cita, ahora para la programar fecha para cirugía. Otra cita, para más estudios, por fin tengo pase de entrada a quirófano, han pasado dos meses.
No dormir, poner cara de calma y entereza a los tuyos, por dentro uno siente desmoronarse, tal vez porque nunca me han operado, y yo “zacatón”.
Llegó una hora antes, para evitar el tráfico, los dolores me llevan de la mano y el corazón pende de un hilo. Entregó mi carnet.
– “Espere, nosotros le llamamos”, dice una señora mal encarada. ¿Por qué siempre elijen a una señora enojona, e insensible? ¿Harán casting? Todo un misterio burocrático.
Y como dice la canción, y dieron las ocho, las nueve, las diez. Desesperado, desvelado y el hambre estruja las tripas. Me atrevo a ir con la enojona del mostrador.
“¡Ya le dije que se espere!”, fue la respuesta.
-¿Más?, llevo cuatro horas, le respondí.
Voltea a verme con dientes apretados como queriendo pelear. Le sostengo la mirada de mujer despechada, dirige su mirada a un cuaderno para rayonearlo.
Otras tres horas con pura agua y decenas de idas al baño.
Cambio la estrategia, me dirijo al mostrador, recargado miro sus movimientos sin decir palabra, ella me mira de reojo una y otra vez. El teléfono suena, me salva el timbre.
Siete horas después, atiende otra enfermera, con el mismo perfil, pero gorda informa a los pacientes de la sala de espera, que no había anestesia y los doctores ya se iban.
No supe sí, reír o llorar. Señorita llevó siete horas y usted apenas me informa.
Señor hay personas que están desde ayer”, respondió otra enfermera enojona.
Me enviaron al médico de la clínica para que programará nueva fecha. Regresé por donde mismo, con el mismo dolor y soledad.
No es un cuento, es la historia de tantos derechohabientes, retrata la triste realidad del sistema de salud. No tenemos un sistema como el de Dinamarca. Defienden lo indefendible.
Hasta aquí debo reconocer al personal de honrosas excepciones de médicos y enfermeras que dan la cara aun sin material y medicinas, a pesar de ello hacen lo posible para vencer la burocracia y la política de austeridad marca 4t.
Y lo peor es que ese capítulo lo he vivido en tres ocasiones. El dolor vive conmigo, platicó con él, ya somos amigos, en ocasiones me traiciona y ser reí de mí.
La cereza del pastel fue mi última visita, una vez más no había medicina. Lo que si hubo fue una plática donde informaron del proceso para solicitar los medicamentos a la Mega Farmacia del Bienestar.
Resulta que cuándo no tengan medicina, debes ingresar al portal para solicitarla, con receta incluida, ellos se encargarán de surtir e informar cuando estén en tu unidad médica para que pases por ellos. Es decir, los pacientes deben hacer el trabajo administrativo para que le envíen al consultorio. Esto pasa al ciudadano de a pie. No puede ser, es.
Nada tiene que ver con el discurso oficial del que tanto criticaban antes de ser gobierno. Es la ineficacia vestida de blanco. Esto sucede todos los días a muchas personas en este país.
Para todos ellos que sufren en carne propia estos pasajes, que no son cuento, son una triste y dolorosa realidad.
Por hoy hasta aquí.
Que voy al Dr. Simi.