ASÍ SE JUZGABA LA LOCURA EN MÉXICO HACE 150 AÑOS

Israel Sánchez

Agencia Reforma

 

Ciudad de México 17 septiembre 2024.- Al fondo del diagnóstico de un grupo de médicos en el México de hace 150 años, cuando la psiquiatría aún estaba en pañales, asoma una problemática interesante: ¿Un loco razona? O ¿alguien que razona puede estar loco?

 

 Para muestra está el caso de Felipe Raigosa, destacado abogado y político zacatecano sobre quien, por demanda de su esposa, dichos médicos debían deliberar si estaba loco o no, en uno de los primeros juicios de interdicción por enfermedad mental registrados en el País.

 

 «Lo que observan los médicos es que, cuando es llamado a las audiencias o cuando lo someten a interrogatorios, él tiene una gran lucidez. Él tiene una gran capacidad para argumentar con lógica», cuenta en entrevista la historiadora Cristina Sacristán, académica del Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora.

 

 Pero esa racionalidad termina poniéndose en duda por, entre otras cosas, una serie de escritos presentados por la propia esposa del enjuiciado, como minuciosamente lo expone Sacristán en su libro El ruido y el velo: Perder los derechos civiles en el México liberal, El caso Raigosa, 1872-1879, una coedición del Instituto Mora y el Fondo de Cultura Económica lanzada en mayo pasado.

 

 «(Los médicos) sí están bastante sorprendidos porque cuando leen lo que él escribe, piensan: ‘Estamos ante un loco’. Pero cuando lo interrogan, le hacen preguntas y lo ven cómo se defiende, se sorprenden de su capacidad de raciocinio. Entonces, sí es verdad que para la medicina de la época fue un desafío poder establecer un diagnóstico», refrenda la académica, estudiosa de la historia social y cultural de la locura y de la psiquiatría en México.

 

 Resulta curioso, pues, que la patología que los médicos observan en Raigosa, la monomanía ambiciosa, se enmarca en lo que en la época se llamaron locuras parciales, locuras razonantes o locuras lúcidas; «y, de hecho, los médicos se referían a ellos como ‘locos que no lo parecen’ o ‘locos a medias’, porque, en efecto, no perdían el uso de la razón», detalla Sacristán.

 

 Con motivo de su tesis de doctorado, misma que le valió el Premio Francisco Javier Clavijero del INAH, la historiadora comenzó en 1993 la exhaustiva investigación de la que es fruto el libro que recupera este caso. La atrapó, por un lado, que el enjuiciado fuera un abogado, así como que se hubiera convocado a 16 médicos para que deliberaran sobre su salud mental.

 

 Eso además del escándalo que propició en la sociedad de la época dada la reconocida figura de Raigosa, que llegó a ser Ministro de Justicia durante el Segundo Imperio Mexicano, y por la raigambre aristocrática de su esposa, Manuela Moncada, quien pertenecía a una de las familias más ricas de México. De ahí la atención de la prensa, que terminó ejerciendo presión en jueces y médicos.

 

 Sacristán comenta que los juicios de interdicción normalmente tienen un trasfondo de orden patrimonial; es decir, se trata de una medida jurídica creada para proteger a individuos considerados como incapaces de dirigir su vida, pero sobre todo proteger el patrimonio familiar que, en manos de un «loco», podía ser dilapidado.

 

 «Sí parece que hay aquí un asunto patrimonial porque la propietaria de los bienes es ella, doña Manuela Moncada. Pero de acuerdo con la legislación liberal de la época, que está plasmada en el Código Civil, las mujeres casadas, es decir, las esposas, no tenían derecho a administrar sus bienes», explica la historiadora.

 

 «Si ella hubiera sido soltera o viuda, sí hubiera podido administrar plenamente», remarca. «De manera que si ella quería administrar sus bienes por temor a que el marido los derrochara, no le quedaba más remedio que incapacitarlo».

 

 Raigosa había empezado a dar señas de prodigalidad preocupantes al regalar cosas suyas, de su esposa y sus hijos. Pero no sólo eso, sino que se volvió un hombre celoso y con delirios de persecución, al grado que por las noches dormía con una espada.

 

 Todo esto comenzó a inquietar a su mujer, que decidió irse de casa con sus tres hijos, pese a que ello le granjeó señalamientos.

 

 Y si bien al principio el proceso parecía amañado en contra de Raigosa de modo tal que apenas unas horas después de presentarse en el Palacio de Justicia ya lo habían ingresado en el Hospital de San Hipólito para hombres dementes, fueron esos «escritos delirantes» con una genealogía completamente inventada lo que terminó por justificar la evaluación de su salud mental.

 

 «Es donde él dice: ‘Yo soy hijo de los Reyes de España, me trajeron a México, me persiguen porque quieren mi fortuna’. Él se construye, digamos, una identidad que lo coloca en el mundo de la aristocracia, que es en el que está la esposa», dice Sacristán sobre el abogado y político que más bien provenía de una familia del sector medio y se había ganado todo con su esfuerzo.

 

 «En sus escritos delirantes, él se convierte en un hombre del Antiguo Régimen, cuando en realidad él había sido un hombre moderno que estudió leyes, que creía en el Estado de Derecho, en la división de poderes», agrega la historiadora. «A través de su locura, él da una vuelta enorme hasta el punto de que se considera hijo del Rey de España, nada menos».

 

 Luego de un sonado litigio de cuatro años, Moncada obtuvo todo lo que le había negado el orden liberal: autonomía para administrar sus bienes y la patria potestad sobre sus hijos; «y, en cambio, a Raigosa le quitan todos los derechos que el Estado le había reconocido inicialmente», contrapone Sacristán, para quien ambas partes son víctimas, y ni siquiera la incipiente psiquiatría sale bien librada.

 

 «De cara a estos primeros esbozos de construir una medicina de la mente en México, a mí me parece que el juicio, sinceramente, no ayudó mucho. Aunque sí es verdad que visibilizó ante la opinión pública lo complejo que podía ser establecer si una persona estaba loca o no».

Un llamado a escuchar

 Así como la propia Sacristán lo procuró al leer detenidamente e interpretar lo que Raigosa intentaba decir en sus escritos delirantes, El ruido y el velo cierra con un llamado a escuchar a aquellos a quienes se les considera desposeídos de toda razón.

 

 «Éste es un ejemplo que nos puede hacer ver que una persona considerada con una patología mental es capaz de transmitir su voluntad, es capaz de comunicar, es capaz de expresar deseos. Lo que se necesita es sentarse a escuchar», exhorta la historiadora del Instituto Mora.

 

 Sacristán señala que ya los primeros alienistas, los médicos encargados de estudiar a los «alienados» o «enajenados» en el Siglo 19, decían que «no sólo hay que observar, hay que dialogar con el insensato».

 

 «Ellos son los primeros que consideran que en todo loco hay un resto de razón, es decir, que no ha perdido lo que le hace ser humano, esa subjetividad que nos hace desear, que nos hace querer determinadas cosas y expresarlas.

 

 «Son los primeros que dicen que esta creencia de la locura como lo opuesto a la razón es un error. En todo loco vamos a encontrar resquicios de razón, es decir, vamos a encontrar una puerta, un sendero, o una grieta por donde entrar y poder comunicarnos con él. Entonces, yo creo que desde la clínica hay que hacer un esfuerzo por escuchar, escuchar qué nos quieren decir».

 

 Lo mismo desde la sociedad, prosigue, «y no pensar que están completamente anulados, que su voluntad no se puede comunicar, que no tienen deseos, que no tienen capacidad de la interacción social».

 

 «Me quise conectar con esta realidad de nuestro presente porque en México y en el mundo hay muchas personas sujetas a interdicción, que están bajo tutela, y no tienen derecho a ejercer sus derechos. Ésa es la realidad», lamenta Sacristán, aunque celebra que dicha figura jurídica finalmente esté siendo eliminada de los códigos civiles.