MIRA LORENA WOLFFER SU PROPIA HISTORIA DE VIOLENCIA

 

Erika P. Bucio

Agencia Reforma

 

Ciudad de México 28 mayo 2024.- Sobre un muro blanco de doble altura, Lorena Wolffer (Ciudad de México, 1971) manifiesta en letras mayúsculas rojas: «Mis primeros recuerdos empiezan alrededor de los diez años. Casi todos están relacionados con sexo, abusos y violencias».

 

 En Synapse, la artista y activista reúne cinco trabajos alrededor de su pasado y donde aborda el tema de la pérdida de memoria que le acarrean la encefalomielitis miálgica, o síndrome de fatiga crónica, con la que vive desde hace 20 años, y la fibromialgia; enfermedades autoinmunes más frecuentes en mujeres y cuya gravedad varía de una persona a otra.

 

 Wolffer nunca había hecho un proyecto relacionado consigo misma, y este surgió a partir del deterioro cognitivo que ha experimentado en los últimos años.

 

 «Es la primera vez que volteó la mirada a mí misma», dice en entrevista, una artista y activista acostumbrada a trabajar con las voces y sentipensares de otras personas.

 

 «En términos de las violencias, lo que fue brutal es que llevo años trabajando con las violencias y no es lo mismo verlas en otras personas que mirarlas (en ti), y además mirarlas juntas».

 

 La pregunta que siempre se hace es: «¿Quién soy si no me acuerdo?».

 

 «La pérdida de memoria es desconcertante, no acordarme de nada, tener lagunas mentales… No recuerdo muchos años de la crianza de mi hija; hay muchas cosas que se han borrado», expresa la artista.

 

 Ya pensaba cómo afrontar las consecuencias neurológicas asociadas a estas enfermedades crónicas a través de un proyecto cuando la curadora Mirna Calzada le propuso trabajar juntas y presentarlo en Domicilio, su naciente galería en la Colonia Escandón.

 

 Synapse -sinapsis, en español- es el proceso mediante el cual las neuronas se comunican entre sí.

 

 Wolffer optó por el uso del término en inglés al ser la lengua con la que aprendió a leer y escribir en Tanzania, donde vivió de niña.

 

 Al no guardar ningún recuerdo de su niñez, la artista pidió a su hermano, sus padres y una tía que le contaran cómo era entonces.

 

 Esos recuerdos impresos en letras blancas tapizan un muro del vestíbulo de Domicilio, también blanco, lo que dificulta su lectura, un gesto deliberado de la artista al tratarse de una memoria recuperada a través del relato de los otros.

 

 En el muro de enfrente coloca la serie Desmemorias a partir de 20 objetos personales extraídos de su caja de recuerdos, un conjunto de impresiones giclée sobre tela en bastidor con marco de madera dentro de cajas venecianas.

 

 Unas son en blanco y negro y corresponden a objetos que borró en absoluto de su memoria, entre ellos cartas, a pesar de su contenido afectuoso, mientras que otras tantas rojas atañen a fragmentos de recuerdos como la fotografía de su recámara de la que solamente se acuerda de la textura del edredón de su cama.

 

 Sigue la serie Recuperación con 12 impresiones sobre papel fotográfico montadas dentro de caja veneciana a partir de las distintas pruebas neuropsicológicas aplicadas para su diagnóstico y de las explicaciones de su neuróloga sobre el funcionamiento y recuperación de la memoria a través de asociaciones que, salvo ella misma, nadie más logra entender.

 

 «Es un recorrido por mi historia de abusos y también de reproducción de una sexualidad de los mismos abusos a lo largo de mi historia, con las imágenes que yo asocio con esos momentos», abunda, y que no necesariamente corresponden a localizaciones geográficas precisas.

 

 Esas violencias experimentadas incluso en su entorno familiar son denunciadas: «Violación por parte de un pintor mexicano», «Recuerdos de los abusos sexuales de mi padre», «Intento de violación por parte de mi compañero francés de la universidad», «Acoso sexual por parte de funcionario cultural», «Acoso por parte del fotógrafo, el escritor, el político y otros amigos de la familia».

 

 Las últimas piezas son unas placas de aluminio grabadas con puntos de quiebre de su historia que no quiere olvidar a las que llama Back up (Respaldo), hitos vistos desde su postura transfeminista a partir de 1985 hasta este 2024, como el nacimiento de su hija: «Desde la primera vez que la abracé. Cuando cabía tan perfectamente entre mis brazos. Tuve la certeza de que eso era lo más hermoso que jamás sentiría y de que ese sentimiento era y sería sólo mío».

 

 O su identificación como una persona queer: «Todo este tiempo estuve trabajando para desmontar el género cuando de pronto nombrarme mujer dejó de tener sentido. Ya no como una posición política, sino como una necesidad personal», expresa.

 

 Synapse es la primera exposición de Wolffer en un espacio privado. Una decisión asociada a la enfermedad para procurarse otras formas de sobrevivir y sin tanto estrés, que es el gran enemigo de las enfermedades autoinmunes.

 

 «Voy a seguir haciendo mis proyectos de práctica social, lo tengo muy claro», precisa. 

 

 «Vivir de proyectitis está muy cabrón, vives trabajando 24/7; no estás acabando un proyecto cuando ya estás proponiendo los siguientes cinco para poder vivir de eso».

 

 Pero la artista no descarta hacer algo más como Synapse, donde se mira a sí misma, en espacios e instituciones públicas.

 

 «Las enfermedades autoinmunes nos dan básicamente a las mujeres, pero dentro de ese porcentaje viviendo en este país, afrontando las violencias todos los días, no es de extrañar que todas las colegas que trabajamos con violencias, todas tengamos enfermedades autoinmunes.

 

 «Entonces también hay un enunciado político de qué significa vivir como una mujer -ya no me nombro mujer sino como una persona identificada como una mujer en esta sociedad- trabajando y procurando la igualdad en estos entornos feminicidas basados en una cultura de violación y de muerte para las mujeres, los cuerpos feminizados y las disidencias», recalca.

 

 Implica además hablar de la enfermedad crónica que no se corresponde con los mandatos de salud de un cuerpo deseable y saludable.

 

 «Esto es una manera de narrar estos otros cuerpos que vivimos de otras maneras y afrontamos otras problemáticas», plantea.

Un nuevo espacio en la Escandón

 Después de una primera experiencia exitosa al presentarla en Zona Maco, donde los coleccionistas tuvieron por primera vez acceso a la obra de Wolffer, la curadora Mirna Calzada logró llevar su trabajo a Domicilio, espacio ubicado en Agricultura 106, en la Colonia Escandón.

 

 Un nuevo establecimiento que pregona un respeto profundo hacia los artistas y también por los curadores que, a decir de Calzada, suelen ser desdeñados por las galerías.

 

 «Las galerías no tienen curadores porque ‘no nos alcanza’, y, sin embargo, es donde se mueve el arte como activo.

 

 «Domicilio es un espacio que pretende, y por eso se llama Domicilio, ser la casa de artistas, de interesados en el arte, de coleccionistas, de gestores de proyectos; un proceso que sea una casa donde se sienta tranquilidad y no necesariamente una presión mercantil», asegura la curadora, asociada con Diego González para abrir la galería.

 

 El plan para este año es montar tres exposiciones.

 

 En septiembre, cuando termine la muestra de Wolffer, será inaugurado otro proyecto que finalizará en noviembre, y ese mes abrirá el último para cerrar el 2024, que permanecerá hasta enero.